María Ossandón

Yôkai

Se dice que el temor reverencial a la naturaleza y la inquietud de espíritu originaron el nacimiento de los yôkai.

En nuestro día a día, nos enfrentamos a todo tipo de inclemencias meteorológicas y desastres naturales que ejercen una gran influencia sobre la vida humana y que escapan a nuestro control. Las epidemias y las enfermedades no solo constituyen un peligro para nuestra vida o la de nuestros allegados, sino que suponen una amenaza fundamental para la pervivencia de la comunidad que nos han legado nuestros antepasados tras innumerables generaciones. Todas estas circunstancias generan un temor atávico que el ser humano jamás ha podido ahuyentar de lo más profundo de su corazón. Desde los tiempos más remotos, la vida se ha abierto paso haciendo frente a estas condiciones. Un manto de oscuridad envolvía a la gente al caer la noche. Durante el día trabajan en campos y arrozales, recorrían caminos o se divertían con la mayor naturalidad, pero con la llegada de la noche, un manto negro como laca cubría todo y parecía desafiar el poder del ser humano. Sin duda, en ocasiones así uno sentía que alguna extraña presencia acechaba en la negrura. Pero las tinieblas no solo inundaban el mundo exterior, sino que permanecía agazapadas en los hogares.

Así fue como nuestros padres y abuelos dejaron volar su imaginación y comenzaron a creer en presencias que estaban más allá del entendimiento humano, y con el paso del tiempo, de este germen nacieron esas criaturas llamadas yôkai.

Con el paso de los años, estos yôkai a los que la mente humana insufló vida fueron multiplicándose y se instalaron firmemente en los corazones de la gente, campando por sus respetos de manera arrogante. Nuestros ancestros, en un intento de capturar su esencia, comenzaron a representarlos en forma de dibujos. De esta manera comenzó a forjarse el mundo de los yôkai que llega hoy antes nuestros ojos.

Fragmento del libro: Museo Yokai de Yumoto Koichi.

Tríptico 2,30 x 1,70 cm · 2022. Cerámicas rotas, dibujo a tinta y lápices polychoromos sobre papel de algodón 600 gramos.  Animación: Jorge Roa. Música: Agüita Perra – Felipe Hinojosa y Álvaro Zambrano